La temperatura a la que se sirve el vino tiene un impacto significativo en su sabor, en su estructura y en su aroma. Cada vino da lo mejor de sí mismo a diferentes temperaturas. El cuerpo y el estilo de un vino determinan su temperatura ideal.
El calor acentúa la acidez y deja que el buqué agradable del vino se exprese. Por eso, los vinos tintos se sirven a temperaturas más altas.
El frío provoca que la acidez se alíe con la frutalidad, haciéndolo agradable y refrescante. Por eso, los vinos blancos se sirven a temperaturas más bajas.
Aunque, en general, los vinos blancos se sirven más fríos que los tintos, la escala de las temperaturas es variable en ambos casos:
El modo de almacenamiento del vino facilita mucho el control de la temperatura, siendo ideal una habitación acondicionada o un armario climatizado.
La cubitera es la forma más rápida de enfriar el vino, pero es esencial añadir agua al hielo. Hay que contar entre diez y quince minutos para pasar de 20o a 8oC.Un frigorífico tardará entre una hora y media y dos horas para llegar al mismo resultado.
Para templar un vino, en cambio, lo ideal es dejar la botella de dos a tres horas en una habitación moderadamente cálida.
Durante el verano los vinos se sirven un poco más frescos de lo normal.
Idealmente, habría que beber los vinos blancos a la temperatura de la bodega, sin enfriarlos con hielo ni pasarlos por el frigorífico. Por lo que respecta a los vinos tintos envejecidos, conviene dejarlos templar lentamente después de sacarlos de la bodega.