Cata profesional

La cata profesional es más compleja, pero utiliza prácticamente los mismos pasos. La cata es importante porque permite al enólogo seguir la evolución de un vino durante todas las etapas de su vida. Todos los vinos tienen su identidad y expresarán sensaciones diferentes, que se descubrirán mediante la cata.

Lo primero que necesita el catador es focalizar sus sentidos en el acto que va a realizar. Como es lógico, es muy difícil que realice una cata exitosa en el medio de la calle más transitada de nuestra ciudad con decenas de vehículos circulando y emitiendo ruidos y olores que van a alterar sus percepciones. También entenderemos que no podrá realizar una cata acertada en el medio de la pista de una estación invernal o en una playa del Mediterráneo en pleno mes de agosto.

El entorno exterior va a afectar mucho al resultado de la cata. Por ello, se deben procurar disponer las siguientes características:

  • Color de la sala de cata. La salas de cata serán blancas, lo más neutras posibles, con el mobiliario del mismo color, en un ambiente tranquilo para favorecer la concentración.
  • Iluminación. Se procurará que la sala disponga de luz natural y, en caso que no sea posible, contará con una distribución uniforme de luminarias. La iluminación artificial más adecuada es aquella que se parece a la luz natural y se sitúa en torno a los 6500º K de temperatura de color.
  • Aireamiento y temperatura de la sala de cata. Todos los olores que intervengan en la percepción del catador influirán en el resultado de la cata. Por ello, son tan malos los olores indeseables de una mala aireación como los olores de productos desinfectantes o de limpieza. Así mismo, la temperatura de la sala debe encontrarse cerca de la temperatura de confort humano.

Además del entorno adecuado, se necesitará una mesa también de colores neutros, y agua para limpiar las copas una vez que se haya realizado la cata, con el fin de cambiar de vino sin que el sabor del vino anterior le influya.

Se necesitan unas copas con unas características determinadas, pero que no son difíciles de encontrar. Como lo que se debe potenciar es el vino, la copa debe ser transparente y sin relieve, de pie largo, cristal fino y boca estrecha. En el proceso, será necesario agitar el vino, con lo que será importante que la forma de la copa no potencie la salpicadura y que, además, podamos introducir la nariz sin dificultad.

El depósito de la copa tiene un abombamiento en su base para luego ir cerrándose en los bordes y concentrar así mejor los olores. El pie largo nos permite coger la copa con los dedos pulgar e índice sin afectar a la temperatura del vino.

La capacidad de la copa se encuentra entre 210 y 225 ml y está regulada por normativa ISO (3591:1977). La copa de cata se denomina copa Afnor (asociación francesa de normalización), en referencia a la asociación francesa que la normalizó.

Para cambiar de vino, se deben lavar las copas con agua y jabón inodoro o solo con agua. No se debe utilizar ningún elemento ni en la limpieza ni secado que pueda introducir olores extraños en la copa.

Es correcto envinar la copa, que consiste en impregnar la copa con una mínima cantidad del vino que vamos a tomar para así eliminar cualquier olor residual que pudiera quedar.

Fases de la cata

Como hemos visto, las fases de la cata son tres, y esto es igual tanto en la cata profesional como en la particular: Visual, Olfativa y Gustativa

Lo primero que hace el catador es verter el vino en la copa, llenando aproximadamente un tercio. El vino deberá estar a una temperatura determinada en función de su tipología. A modo de referencia podría ser:

Blancos jóvenes:  6- 8 º C
Blancos dulces: 6-8 º C
Blancos con barrica: 10-12 º C
Rosados: 6-8 º C
Tintos jóvenes, ligeros: 12-14 º C
Tintos potentes, con cuerpo: 14-16 º C
Tintos con crianza: 16-18 º C

La Fase Visual

Se comienza por observar el vino. La fase visual puede ayudar a conocer algunos aspectos del vino, como su edad o el momento del ciclo en que se encuentra. Para observar estos aspectos, se debe posicionar la copa inclinada sobre un fondo blanco. Aquí se valoran las siguientes características:

  1. Limpidez (transparencia): No todos los vinos son transparentes o “limpios”. Muchos poseen residuos sólidos procedentes de los restos de la uva, de los procesos químicos formadores del vino e incluso restos de microorganismos. Los residuos normalmente se precipitan en el fondo con el paso del tiempo, pero nunca desaparecen del todo. Por ello, existen diversos mecanismos como los decantadores para conseguir un vino con un buen grado de limpidez y transparencia.

    Un vino limpio y transparente nos da una primera impresión favorable. Por el contrario, si está turbio y no hay una explicación para ello, nos da la sensación de que está deteriorado. Adjetivos para describir esta cualidad son:

    • Límpido o limpio. Cuando no contiene precipitado pero no brilla.
    • Brillante. Un vino perfectamente límpido y transparente y que al ser atravesado por la luz tiene un buen grado de brillo.
    • Opalescente. Con algún grado de alteración en su limpidez.
    • Turbio. Con un contenido importante de materias en suspensión.
  2. Color. El color es una cualidad muy importante que dependerá en gran medida de la variedad de uva que lo haya generado, de la edad del vino o de la forma en que se haya elaborado. En función del color, tradicionalmente los vinos se clasifican en tintos, rosados y blancos, aunque hay multitud de matices de tonalidad dentro de cada categoría. Dentro del color, valoraremos brillo, intensidad y tonalidad.

    Respecto a la tonalidad, el color percibido depende en parte del catador y de su capacidad para diferenciar colores. No obstante, se suele trabajar con una gama de tonalidades de referencia.

    Las gotas que quedan en la parte lateral de la copa al agitar el vino se denominan lágrimas. Si estas son numerosas y persistentes, indicará que el vino posee cuerpo, fortaleza y volumen. Si están más separadas, será un indicativo de vino joven. También su presencia y consistencia denota la presencia de alcohol y glicerina.

La Fase Olfativa

Es la segunda fase. Mediante esta fase, el catador va a conocer los aromas que tiene el vino. En la cata no se habla de olores, se habla de aromas.

Los aromas se perciben por vía nasal directa o por la vía retronasal.

Al introducir la nariz en la copa, se perciben los aromas por vía nasal directa. Cuando se mete el vino en la boca, se liberan nuevos aromas por el movimiento a que se somete al vino y porque cambia de temperatura. Estos se perciben, una vez que hemos bebido el vino, por vía retronasal.

Los aromas del vino

Los aromas son lo que hacen a un vino único y diferente a todos los demás. En los vinos encontramos tres tipos de aromas:

  1. Aromas primarios
    Proceden de la uva, de la variedad. Varían en función del lugar donde pertenecen, de la climatología del año, del estado de maduración de la uva…
  2. Aromas secundarios
    Provienen de la fermentación, básicamente de la transformación del azúcar en alcohol, aldehídos, acetonas y ácidos, producida por las levaduras y otros microorganismos. Estos aromas dependen de la temperatura a que se ha realizado la fermentación.
  3. Aromas terciarios. Buqué del vino
    Estos aromas se generan en el envejecimiento del vino en la barrica y en la botella. Durante el proceso, los aromas presentes en el vino se intensifican dando lugar a nuevos componentes.

La cata tiene tres pasos diferentes para apreciar esos tres tipos de aromas:

En primer lugar, el catador coge la copa y olfatea el vino sin agitar la copa, metiendo la nariz. Así percibe los aromas primarios. Tras ello, agita la copa y libera los aromas secundarios, aquellos que provienen de la fermentación. Y, finalmente, al introducir el vino en la boca se liberan los aromas terciarios, que son los más complejos.

Con la intención de clasificar los aromas, algo muy complicado por la individualidad de la percepción, se han establecido series:

  • Serie floral: rosa, jazmín, violeta…
  • Serie frutal: cereza, piña, manzana, limón…
  • Serie de fermentación: levadura, miga de pan, galleta, pastelería, bollería fina…
  • Serie láctea: leche, yogur, mantequilla fresca, queso, levadura…
  • Serie amílica: plátano, caramelo ácido, laca de uñas, barniz…
  • Serie confitería: Miel, praliné, pasta de almendras, cake, coco rallado, orejones…
  • Serie animal: cuero, piel, carne cruda, lana…
  • Serie balsámica: resina, laurel, mentolados…
  • Serie especiada: clavo, vainilla, canela…
  • Serie madera: roble, cedro, tabaco, ebanistería…
  • Serie empireumática: hidrocarburos, quemado, tostado, ahumado…
  • Serie vegetal: olores de hierba, de hojas verdes, vegetales o verduras frescas

La fase gustativa

La fase gustativa es la tercera y última en el proceso de cata.

Las papilas gustativas

Las sustancias químicas naturales que están en el vino interactúan con las papilas gustativas que tenemos en la boca y estas transmiten al cerebro sensaciones.

Tradicionalmente, se ha pensado que las diferentes zonas de la lengua estaban especializadas en percibir los diferentes sabores, pero recientes estudios demuestran que esto no es así. Todas las zonas de la lengua emiten impulsos a cada uno de los sabores, si bien es cierto que alguna de las zonas pueden estar más especializadas.

Las papilas perciben los sabores básicos que son: ácidos, dulces, amargos, salados y “umami” (palabra japonesa que significa “sabroso”).

También en colaboración con otros órganos de nuestra boca, recogen otros aspectos como la densidad, la textura, y la temperatura que complementan las impresiones que recibe nuestro cerebro.