La etiqueta, junto a la botella, son dos elementos clave en la presentación de un vino. Su historia es larga. El vino comenzó a elaborarse durante el Neolítico entre las tribus que habitaban las proximidades del mar Caspio. En aquellas primeras sociedades, tuvo lugar un espectacular desarrollo de la alfarería, que permitió la fabricación de vasijas tanto para la elaboración de vino como para su almacenaje y transporte.
Desde un primer momento, surgió la necesidad de identificar el producto para reconocer a su dueño, marcar su origen y contrastar su calidad.
Los egipcios guardaban el vino en odres y tinajas de barro en los que hacían marcas para identificarlo. El artesano alfarero marcaba las ánforas antes de cocerlas utilizando sellos y cuños.
Algunas ánforas halladas en los túmulos funerarios egipcios contienen datos del vino, de la crianza y hasta el nombre del viticultor. En una tumba egipcia apareció lo que se considera una de las primeras etiquetas de la historia: se trata una tablilla que apareció colocada sobre un recipiente de vino en la que consta el origen y el nombre del elaborador: “Bodeguero Tutmes”
Durante el Nuevo Imperio, las ánforas se identificaban mediante un sello en el que constaba el año de elaboración, la zona de producción, la propiedad y la calidad del vino que allí se contenía.
Los fenicios y los griegos iniciaron la expansión del vino por el Mediterráneo.
Los recipientes griegos solían llevar los sellos de algún magistrado de la ciudad que garantizaba su origen. Utilizaban cuatro tipos de marcas: sellos impresos antes de cocer el ánfora, grafitis rayados sobre el recipiente, símbolos pintados o sellos estampados sobre el cierre del ánfora.
Los romanos tuvieron un papel importante en la expansión del viñedo, llevándolo al último rincón de su imperio. Sus ánforas también tenían marcas que hacía el alfarero con referencias a las características del vino que contenían.
Durante la Edad Media, el vino continúa teniendo un papel importante dentro de los productos de mercadería. Las barricas de madera, inventadas por los galos, comenzaron a utilizarse como sustituto de las ánforas, mejorando la resistencia ante el trajín de los complicados traslados.
Las etiquetas de papel tardaron bastante en aparecer. Aunque en Europa se conocía el papel desde el siglo X, no tenemos constancia de que se utilizase para fabricar etiquetas para vino hasta finales del siglo XVII.
El marbete es un antecesor de la etiqueta que conocemos hoy en día y consiste en un trozo de piel o pergamino que se ataba o pegaba a un recipiente en el que se escribía el contenido y sus características. En la clase alta eran de plata.
Las primeras etiquetas de vino reconocidas como tal se sitúan alrededor del siglo XVII. Estaban escritas a mano sobre papel artesanal y se pegaban manualmente en cada botella.
Las primeras etiquetas impresas eran unos caracteres negros marcados sobre un papel blanco, sin ninguna aspiración estética ni decorativa.
A finales del siglo XIX, la aparición de técnicas como la litografía; el inicio de la producción de botellas en serie, y el auge de la industria gráfica favorece el desarrollo imparable de las etiquetas que dura hasta nuestros días.
Las etiquetas siempre mantuvieron su finalidad informativa pero adquirieron otros objetivos más próximos a la venta y al marketing y, aunque su primer carácter informativo sigue totalmente vigente hoy en día, se han incorporado otras características que buscan tanto la identificación como la evocación del vino que acompañan.
Evocación, diferenciación e información. Una buena etiqueta nace del equilibrio entre los tres principales conceptos que cumple: la información, la evocación y la diferenciación.
Información
El primer aspecto que da sentido a una etiqueta es la información. La etiqueta informa al consumidor, le habla del contenido que presenta, de sus características y virtudes. En las etiquetas de vino, unos datos están recogidos en ella por normativa y tienen que estar presentes para poder comercializarse; otros aparecen por interés de la propia bodega para presentar, legitimar y ensalzar su vino. La parte visual, el propio diseño de la etiqueta, proporciona en ocasiones mucha más información que cualquier texto añadido.
Evocación
La etiqueta es la carta de presentación de un vino, y como tal, nos habla de él. Muchas veces, el cliente asocia al vino las características de la etiqueta. Una etiqueta moderna, audaz y atrevida tiene unas connotaciones que inconscientemente estamos transmitiendo al vino que presenta.
Como norma general, a los vinos jóvenes se les acompaña de una estética más atrevida y audaz, mientras que a los de crianza se les asocia una estética más clásica y tranquila.
Hay quien sostiene que la presentación puede llegar a influir en la posterior percepción sensorial del vino bajo la afirmación de que la influencia, no solo de la etiqueta, sino de lo que le transmita el elaborador, un prescriptor, un amigo…puede mediatizar la opinión sobre el vino.
Diferenciación
La cantidad de marcas de vino que un consumidor encuentra en los puntos de venta es abrumadora. Tan solo en la DOC Rioja existen 5.000 marcas.
Por ello es fácil comprender la importancia que tiene para un vino que su botella y su etiqueta sean capaces de llamar la atención del cliente en el punto de venta, y conseguir, además, que la próxima vez que el cliente desee adquirir una botella la recuerde sin dudar.