Cata personal

Cuando catas un vino, lo conoces más y lo disfrutas mejor.

Para catar, lo único que tenemos que hacer es ser capaces de reconocer colores, identificar olores asociándolos a los que ya conocemos y distinguir los sabores que hay en un vino. Y eso lo sabemos hacer todos. Así que no hay excusa para no disfrutar de la cata.

Vamos a ver los pasos que hay que dar para catar un vino. Los pasos que se siguen para catar un vino son tres y coinciden con el proceso lógico que seguiríamos para conocer cualquier alimento; primero lo miraremos bien, después lo oleremos y, finalmente, lo meteremos en la boca para degustarlo. En cada uno de estos pasos será protagonista uno de nuestros sentidos.

La vista

Es el primer paso. Mediante la vista vamos a observar el aspecto y los colores que tiene el vino. Gracias a esos colores y su aspecto, vamos a saber si es un vino joven o viejo y también podemos ver si tiene algún primer defecto. Lo primero que vamos a distinguir es muy fácil y es si se trata de un vino blanco, rosado o tinto. Después, vamos a dar un paso más y vamos identificar si es un vino joven o viejo.  Para ello serviremos el vino en una copa adecuada.

La copa debe tener pie para poder cogerla y que no calentemos con nuestras manos el vino ni manchemos la zona por donde vamos a mirar, por supuesto que tiene que ser transparente e incoloro para poder identificar bien el color del vino, no debe estar tallada para que la talla no distorsione los colores, y debe tener la forma adecuada para poder agitar el vino sin que se nos salga y para poder introducir la nariz y oler el vino. El vidrio no debe ser muy grueso para que no tenga mucho protagonismo. Parece complicado pero no lo es. La mayoría de las copas en que tomamos vino cumple todos estos requisitos.

Bien pues, cuando tengamos la copa adecuada, servimos el vino, algo así como un tercio de la copa y miramos su color. Para hacerlo, inclinamos la copa apuntando su base hacia nosotros. Esto no tiene ningún secreto, lo único es que así el vino nos queda de frente y observaremos mejor su color.

Con la copa inclinada, veremos una superficie amplia de vino y en ella vamos a observar tres zonas: el borde superior, donde hay muy poco líquido; el centro, donde hay mayor cantidad, y los costados, donde se forman unas sombras. Observando estas tres zonas, apreciaremos los matices y sacaremos las primeras conclusiones.

Si es un vino blanco de Rioja y vemos colores de la gama de amarillo pálido, amarillo limón, amarillo verdoso o pajizo, tenemos un vino blanco joven. Si, por el contrario, nos encontramos colores dorados, oro viejo u oscuros, nos encontramos ante un vino blanco envejecido, crianza o reserva.

Si estamos ante un tinto, y al inclinar la copa vemos, sobre todo en el borde, colores con matices violáceos, tonos azulados, color de fruta o de uva, estamos ante un vino tinto joven; mientras que si es un tinto envejecido, tendrá el color más homogeneizando y tirará hacia tonos anaranjados, marrones  y teja.

El olfato

El olfato. Esta fase se hace normalmente en dos tiempos, primero se huele el vino a copa parada: sin agitarlo, se mete la nariz dentro de la copa y se huele, así vamos a encontrar los aromas primarios, que son los que provienen de la uva, de la variedad, del clima y el suelo. Aquí tenemos que tirar de nuestros recuerdos, y asociar los aromas que nos llegan con otros que nosotros ya conocemos. Si es un blanco de La Rioja, aparecerán aromas frutales, de manzana, pera… Si es un rosado, frutas frescas, un poco más ácidas, cerezas, frambuesas, moras…  Y si es un tinto de Rioja, seguro que aparecen características de la variedad Tempranillo: mora, fresa…

En segunda nariz, lo que vamos a hacer es oxigenar el vino para que se expresen mejor los aromas. Para ello, vamos a agitar el vino dándole vueltas con confianza. De esta forma, se potencian mucho los aromas y aparecen los aromas secundarios, que están asociados a la elaboración y a la fermentación. También encontraremos los aromas terciarios, que provienen del envejecimiento en barrica, y que se conocen como buqué del vino.

El gusto

Es la tercera y última fase. Para desarrollarla, lo que vamos a hacer es literalmente sorber el vino. Lo haremos de una forma disimulada, pero buscando que el vino se mueva por nuestra boca, tal y como antes lo hacía por la copa y la impregne totalmente. Así apreciaremos otras características, como su frescura o acidez, la intensidad de los sabores, la riqueza aromática, su suavidad o astringencia y la duración de todas esas sensaciones. Ello nos permitirá emitir nuestra valoración de ese vino y recordar esos estímulos para cuando queramos repetir la experiencia.